UNA NOCHE BRILLANTE EN COLIMA



            Era un día de aniversario. Aquel 24 de mayo se conmemoraba el fallecimiento de un ilustre personaje a quien siempre he admirado: el poeta Amado Nervo, hijo predilecto de la ciudad de Tepic. Pero yo me encontraba instalado plácidamente en el hotel “La Costeña”, situado en la periferia de la ciudad de Colima. Con ánimo sereno, estuve reflexionando sobre un poema de Nervo mientras aguardaba el momento de salir rumbo al teatro en compañía de los demás jóvenes integrantes de la Rondalla del Instituto Tecnológico de Tepic. Aquellas presentaciones en el marco de la XVII edición del Festival Nacional de Arte y Cultura de los Institutos Tecnológicos, en el año de 1996, representaban para mí, las primeras experiencias artísticas más allá de las fronteras de Nayarit.



            Como auténtica anfitriona, la ciudad de Colima se había vestido de Gala. Para esas fechas, el Festival ya había alcanzado un éxito notable. Nuestra delegación arribó a esta ciudad apenas la noche anterior. Al mediodía, ofrecimos un recital en la Unidad Cuauhtémoc, cerrando un programa que incluyó teatro, danza y música. El público no era muy numeroso y el teatro no estaba en muy buenas condiciones; sin embargo los aplausos tuvieron la calidez de unos corazones que saben apreciar el arte de la interpretación musical. Se nos permitió incluir siete números mas un par de ancores que nos solicitó el auditorio.  Creo que la rondalla mostró un buen nivel artístico no obstante la cantidad de temas musicales. Aunque todos estábamos convencidos de que aún no habíamos llegado al máximo de nuestra capacidad. El reto era superarnos a nosotros mismos en la siguiente participación. La oportunidad se nos presentaba esa misma noche.



            Cuando llegamos al Teatro de la Casa de la Cultura, el ambiente era grandioso. La Delegación del Tecnológico de Veracruz había cautivado al auditorio, y seguramente tendría asegurado un lugar preferente en la ceremonia de clausura, del sábado 25 de mayo. El teatro estaba abarrotado. Se hablaba de Veracruz como una de las grandes potencias de los festivales: su grupo de Danza y su Rondalla eran indiscutiblemente de lo mejor en el ámbito nacional. Alternar con ellos era un privilegio, pero también un gran reto. Por eso, nos sentíamos comprometidos a brindar una actuación rayana en lo extraordinario si por lo menos aspirábamos a igualarlos.



            Nuestro ballet “Marakame” lució imponente sobre el escenario. De inmediato se ganó el aplauso de los colimenses. Ahora, la responsabilidad recaía en la rondalla. Creo que nuestro estilo había gustado en la Unidad Cuauhtémoc. Los ancores fueron el mejor testimonio de ello. Aunque todo cambiaba en aquel momento. Nos informaron que sólo disponíamos de espacio para presentar tres números ¡solamente tres temas musicales! ¡Qué elección más difícil la de extraer tres piezas de nuestro repertorio! Tuvimos una conferencia Edgar, Víctor, Sergei y yo, y optamos por incluir: “Tómame o déjame”, ¿Quién será? y “Wendolyne”, buscando aprovechar en el cierre la magnífica voz de Claudia, nuestra solista. El maestro de ceremonias nos anunció mencionando el nombre de los temas. Pronto nos encontrábamos formados sobre el foro: guitarras, bajo, requintos, voz poética, solistas y voces femeninas. Éramos veinte manojos de nervios distribuidos en el escenario. Hubo una pausa. Todos esperaban que dijera unas palabras de presentación. Mediante señas le indiqué al bajista que diera el primer acorde. Entraron las guitarras. Luego las voces. Yo esperaba, con temor y ansiedad, la entrada de los requintos en el intermedio. Por fin llegó el momento. Ataqué al micrófono con determinación: “tómame o déjame, pero no me pidas que te crea más...”. La reacción del público fue extraordinaria. Eso nos motivó, nos dio confianza. Habíamos “prendido” al auditorio, según una expresión de Ramiro. Abordé el micrófono por segunda ocasión para dar la introducción poética del tema ¿Quién será?, de carácter más rítmico que el anterior. Creo que también gustó mucho. El público lo acompañó con las palmas.



            Luego siguió “Wendolyne” donde intervino Claudia, quien se llevó la admiración del auditorio. Apenas había iniciado el tema cuando advertí que alguien me llamaba tras el foro. Se trataba de Ariel, el coordinador de la rondalla. Me dio indicaciones de que, a nombre del responsable de nuestra delegación, hiciera uso de la palabra para agradecer al público y a los organizadores por todas las atenciones que nos habían brindado durante nuestra breve estancia en la ciudad. Volví al escenario para abordar el micrófono en el intermedio del tema: “Wendolyne, se quiebra mi voz al nombrarte...”. Aproveché el tiempo restante para elegir las palabras de agradecimiento y de despedida, porque aparentemente el festival concluía para nosotros en esa misma noche. No recuerdo exactamente lo que dije. Fue algo improvisado. Mi voz resonó en todos los rincones del inmueble. El público ya no quiso dejarnos ir. Interpretamos la balada “Simplemente”, de gran intensidad lírica. Fue un verdadero as sacado de la manga. Yo creo que nadie conocía el tema. Y sin embargo, fue el más gustado. En la frase hablada del intermedio tuve que poner el corazón por delante para pronunciar: “Hoy le has dicho a mi oído dos palabras, tan sencillas y tan tiernas...”. El final del tema sorprendió a los oyentes. Tras las estrofas encomendadas a una voz solista, intervino el coro para preparar un lissato sostenido por las voces graves, reforzado por las voces medias y rematado por las voces agudas, hasta llegar al unísono: “que me ama-a-a-s”. El colofón fue una carretada de aplausos.



            Abandonamos el escenario. El público insistía pidiendo otro tema. El maestro de ceremonias nos pidió que volviéramos el foro. Elegimos otra melodía: “Piel canela”. Nos formamos por segunda ocasión. Esta vez, ya nos sentíamos amos y señores del escenario. Cantamos con el alma. Nuestra interpretación fue inmejorable. ¡Habíamos triunfado rotundamente! Junto con el ballet, cerramos el programa de aquella noche de festival. El telón cayó. Todos estábamos muy emocionados. Fue una noche brillante. Al día siguiente nos esperaba una tercera actuación en la ceremonia de clausura. Nos la habíamos ganado a pulso. Mientras tanto, saboreábamos las mieles del triunfo. Era un triunfo donde todos salimos ganando: artistas, público, organizadores, prensa. En el ambiente flotaba la inmensa alegría de un festival que estaba llegando a su culminación. No, no me equivoqué. Aquel era un día conmemorativo; un auténtico día de aniversario. La musa de Nervo nos acompañó hasta la ciudad de Colima...



UN DIA EN EL FESTIVAL DE CHIHUAHUA



            La estatua de Pancho Villa parecía sonreírnos en aquella tarde calurosa de mayo. Nos disponíamos a cumplir con la tercera y última intervención musical en la XVIII edición del Festival Nacional de Arte y Cultura de los Institutos Tecnológicos, 1997, con sede en la ciudad de Chihuahua. Por segundo año consecutivo, tuve la oportunidad de asistir a un festival como elemento de la Rondalla del Tecnológico de Tepic. Mis compañeros y yo sabíamos de la importancia del evento, que se desarrollaba en pleno corazón de Chihuahua, justo enfrente de la catedral. Habíamos recorrido más de mil kilómetros para llegar a nuestro destino. Aquel viernes 16 de mayo iba a concluir una participación más de nuestra rondalla en festivales de tal magnitud. Con cierta nostalgia, me puse a recordar el antecedente inmediato, el festival de Colima de 1996, el cual resulta tan significativo para el historial de la rondalla y de la delegación entera del Tecnológico de Tepic.



            Nuestra agrupación musical se había modificado gradualmente en el transcurso de un año. Extrañábamos a elementos como Edgar, Ramiro, Sergei, Claudia y Ángel, que quizá ya nunca más estarían en nuestras filas. No obstante habían llegado personas muy valiosas que poco a poco suplieron a aquellos “pilares”. De hecho, nadie se sintió defraudado con la segunda participación de la rondalla, en las instalaciones del Tecnológico de chihuahua, aquel viernes al mediodía, que por momentos resultó brillante. A pesar de las incomodidades del lugar, nuestra actuación fue por lo demás convincente al interpretar un total diez temas musicales. Este recital nos hizo merecedores de un reconocimiento por parte de las autoridades del mismo instituto y del Ayuntamiento de la ciudad. Tal éxito lograba borrar la deslucida actuación del día anterior, dándonos la confianza para ofrecer un tercer y culminante recital en el foro más importante del festival.



            De modo que aquella tarde, descansando tranquilamente en nuestras habitaciones, esperábamos con ansiedad “la hora de la verdad”. El escenario estaba a dos cuadras del hotel. Ni siquiera había necesidad de abordar el camión. Bastaba con reunirnos en la planta baja para salir juntos rumbo a la plaza. Nos encontrábamos en pleno centro de Chihuahua. Todo era maravilloso.



            Poco después, ya estábamos listos para saltar al escenario. Se hacían comentarios acerca del festival. Por enésima vez, la delegación de Veracruz tuvo una actuación sobresaliente, la jornada anterior. El ballet del Tecnológico de Veracruz se había llevado los aplausos y los elogios del público. Esto, desde luego, era un doble acicate para nuestra delegación. Asumimos el compromiso de hacer el máximo esfuerzo por conquistar el cariño de los chihuahuenses. Nos quedaba una oportunidad.



            En unos cuantos segundos, hice un repaso de las experiencias anteriores en festivales de la misma índole. Tomé como paradigma a la segunda presentación en Colima. Todo coincidía: un viernes del mes de mayo, un gran escenario, un público numeroso y veinte jóvenes intérpretes dispuestos a complacerlo. Disponíamos de espacio para ¡cinco números musicales! ¡Exactamente los mismos de aquella noche brillante en Colima! Ni siquiera tuve que esforzarme para proponer el siguiente menú musical: “Tómame o déjame” (el aperitivo), “¿Quién será?” (el arroz), “El primer tonto” (los frijolitos puercos), “Simplemente” (el mole dulce) y “Piel canela” (el postre). Tal vez nadie imaginaba que estábamos destinados a repetir una actuación que había sido histórica apenas un año antes.



            Así que, llenos de optimismo, saltamos al foro con el firme propósito de apoderarnos rápidamente de la atención de los oyentes. Sonaron los primeros acordes de “Tómame o déjame”, luego vinieron las voces, el discurso poético del intermedio y..., el público reaccionó tal y como lo deseábamos. Todo estaba a nuestro favor, excepto una leve falla técnica en el equipo de sonido. No obstante proseguimos con el segundo tema, “¿Quién será?”, una balada rítmica, donde lucen los requintos en el intermedio y los diferentes secciones de voces repiten con frenesí: “Quién será la que me quiera a mí, quién será, quién será / quién será la que me dé su amor, quién será, quien será...”. Como la falla técnica persistía, hicimos un breve paréntesis, para luego dar la introducción poética del tercer tema: “Quiero ser en tu vida / algo más que un instante / algo más que una sombra...”. Creo que también “El primer tonto” fue del agrado del respetable auditorio.



            El momento culminante vino con la entrada, casi imperceptible, de “Simplemente” cuyos primeros compases cautivaron a un público que ya para entonces comulgaba con nuestra propuesta musical, esencialmente romántica. La noble melodía del tema, su discurso amoroso, su dulce frase musitada al oído y su intenso final en lissato cargaron la atmósfera con efluvios de amor haciendo que todos los corazones palpitaran a un mismo ritmo. Los aplausos fueron ensordecedores. Aproveché el espacio previo al último tema para agradecer al auditorio y a los organizadores por su amable atención. Además, me despedí a nombre de mis compañeros. Fue un momento muy emotivo. El público, siempre noble y leal, nos brindó una intensa ovación y, por supuesto, solicitó otro tema. Este gesto nos motivó a cerrar “a tambor batiente”.  Las notas de “Piel canela” resonaron llenas de jovialidad, exentas de toda preocupación, y poco a poco fueron esfumándose como quiméricas ilusiones. Recibimos los últimos aplausos, saludamos con una ligera reverencia y, finalmente, abandonamos el foro.



            No se podía pedir más. Habíamos agregado una página brillante más en nuestro historial como agrupación musical. No había ninguna duda. Habíamos conquistado con méritos propios el corazón del gran público de Chihuahua. Nuestra delegación también brilló en danza y poesía, para redondear una jornada llena de notas sobresalientes para el Tecnológico de Tepic. En efecto ¡habíamos cumplido, y en forma por demás brillante! Los meses de preparación en el transcurso del semestre rindieron sus mejores frutos. Todo llegaba a un final feliz. Al día siguiente regresaríamos a casa. El viaje era sumamente largo. El Festival de Chihuahua pasaba a ser historia como el número cuatro en la breve trayectoria de nuestra bienamada rondalla. La estatua de Pancho Villa parecía decirnos: ¾¡Bravo mis “dorados”, han conquistado el “Norte”! ¡Vuelvan pronto a Chihuahua!